martes, junio 09, 2015

La Negación



Moisés todavía no bajaba del monte Sinaí, después que Yahveh le confiriera los Diez Mandamientos, cuando los antiguos hebreos,  el pueblo elegido, ya había asestado la traición. Por demanda del pueblo Aarón se vio forzado a construir el becerro de oro cuya significancia radica en exaltar lo mundano, pretendiendo sustituir la divinidad o trascendencia. Sólo los levitas se rehusaron a semejante desfogue. La mayoría cometió un terrible pecado contra su dios que purgaron recorriendo un desierto lleno de peligros y calamidades.  
A lo largo de la historia podemos corroborar que este tipo de reseñas no carecen de fundamento y veracidad; todo lo contrario, demuestran lo falaz que suele ser el  “el vox populi, vox Dei”. Quienes saben sacarle provecho a nuestro instinto de rebaño es una minoría inteligente pero inmoral escondida tras bambalinas, ya que nos resulta más cómodo caer en el victimismo que en la dura culpabilidad.  
Queramos admitirlo o no, la clase dirigente es un reflejo de los que somos como pueblo, como cultura. Si estamos gobernados por gremios de corruptos, insolentes, mediocres  que devoran nuestra riqueza y coartan las libertades individuales para mejorar la eficiencia del réprobo accionar del poder estructuralmente hablando, es decir, de El Estado como entidad alienante, resulta muy cínico sentirse indignado después. Por muchas antorchas que alcemos contra la misma corrupción que hemos erigido con indiferencia, oportunismo y dejadez paternalista, es nuestra responsabilidad padecerla y un arduo trabajo de generaciones conseguir redimirnos de ella. Pero si persistimos en mantener esa soberbia colectiva jamás sabremos, realmente, hacia qué dirección marchamos, porque seremos incapaces de discernir quién nos pastorea y sus verdaderas intenciones. Esta es la auténtica negación.
Una negación favorable para los que viven de adular al populacho por miedo  a ser despreciados, ejerciendo tan enorme como sutil influencia sobre nosotros; me refiero a políticos arribistas, intelectuales,  artistas, medios periodísticos que hacen de las concurridas manifestaciones públicas verdaderos shows estilo primavera árabe. Todo esto se puede sintetizar en una sola palabra: Populismo. Y como ya sabemos, el populismo es una ideología nefasta que estanca a los pueblos en la perpetuidad del fracaso y el sufrimiento merecido.
Bajo el sortilegio de “el despertar del pueblo” nos ven la cara todos los días. Tanto los que poseen y los que codician el poder (El Estado)  emplean nuestra voluntad, ciega y desesperada, para manejarnos como peones en el ajedrez político, local y mundial.
Ellos han construido para nosotros ese becerro de oro que tanto adoramos (los hemos obligado). El  esbozo de cómo queremos sentirnos: poderosos y justicieros. Idolatría a lo mundano. Una forma de ejercer el poder sobre las mayorías sin recurrir a la violencia.
Saludos.  

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